viernes, 11 de junio de 2010

Mea culpa... tan tardío como inútil

El día de hoy, además de ser el inicio del Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010, en la Ciudad del Vaticano ha concluido un evento que no puedo dejar pasar por alto. El día de hoy se cerró el "año Jubilar" de los sacerdotes. ¿Esto es la noticia? No, para nada. Las cuestiones litúrgicas me tienen sin cuidado. La "verdadera" noticia es esta, aunque etimológicamente nada de novedad tiene: El Papa actual, Benedicto XVI, en su homilía, pidió perdón a Dios y a las víctimas de los sacerdotes pederastas. No sólo es, sino que también prometió, a nombre de su iglesia, "que hará todo lo posible para que semejantes abusos jamás vuelvan a suceder"

¿Coincidencia? No, nada en este mundo lo es. Todo ocurre por alguna razón. No es de sorprenderme que en este "año sacerdotal" que concluye salieran a la luz muchos más casos de pederastia y abuso de todo tipo perpetrados por miembros de la clerecía católica romana a niños, jóvenes y mujeres. No es coincidencia que no sea nueva la noticia y tampoco me sorprende que pida perdón... nuevamente.

Veamos. El perdón es un acto de reparación que se da al arrepentido una vez que éste asume la responsabilidad de sus acciones, en este caso un delito y no uno cualquiera; y que confrontado con las evidencias y puesto a juicio de su propia conciencia pide ser perdonado y repara el daño. En esto consiste el perdón, lo que no lo exime de asumir una consecuencia en materia penal, y ni se diga en cuestión canónica.

Comparemos esta definición de perdón con el discurso del papa Ratzinger ante la multitud reunida frente a la basílica: "Era de esperar que al "enemigo" -demonio, satanás, lucifer, como quieran llamarlo- no le guste que el sacerdocio brille "de nuevo" y que prefiere verlo desaparecer para que al fin Dios sea expulsado de este mundo". Detengámonos aquí. Según los principios de la Psicología humanista y, aunque los detesto, los propios principios doctrinales católico-romanos, sin verdadera toma de responsabilidad no hay verdadero arrepentimiento y por tanto no hay perdón. ¿Por qué no lo hay? Porque están desplazando su responsabilidad a una entidad que a todo los males achacan y cuya supuesta existencia no discutiré. Desde mi punto de vista, Benedicto XVI no se ha responsabilizado ni ha dado énfasis en los verdaderos responsables de actos tan abominables, miembros de una institución que se dice santa y fundada por Dios. Culpa a otros de los pecados y crímenes que única y exclusivamente cometieron hombres, y no espíritus.

Ya por esto mismo me uno a las filas de los muchos que con criterio amplio y libres de prejuicios ponemos en duda esta acción. Tiene a favor -Benedicto- que reconoce que sus sacerdotes no han logrado nada humana ni religiosamente, y que tienen aún MUCHO por hacer, entre eso reparar los daños ocasionados por esos sacerdotes a las inocentes víctimas. El daño ya está hecho y agravado con el silencio y la complicidad. Nada ayuda sermones como el que tiempo atrás pero no tanto pronunció el cardenal Norberto Rivera -que comparte gran parte de la responsabilidad de los saben y pueden, pero que nada hacen por frenar, prevenir ni castigar-. A las víctimas nada ayudará que pidan únicamente perdón desde sus púlpitos y desde los grandes templos. Es preciso que Ratzingen y cada integrante de la jerarquía católica romana repare hasta lo más profundo los daños causados, a ver si así la imagen de la iglesia romana se limpia. Sólo así se hablará de la "tarea de purificación que nos hace reconocer y amar -dijo- el gran don de Dios"

Muy bonito, muy bonito... pero su credibilidad está por los suelos y su prestigio hecho polvo.

Ratzinger sigue siendo un teólogo conservador de la más dura derecha. La prueba está que en su homilía declara que el sacerdote no "sólo es alguien que detenta una profesión, sino un sacramento". Sacramento detenta cierto grado elevado de santidad y contacto con lo divino en un colectivo de personas que debieran ser ejemplo. Y esto más lejos de la realidad. Son hombres como cualquier otro que no debieran las personas ponerlos en lo alto, en un pedestal ni cubrirlos de santidad cuando no son más que nosotros.

Ligado a esto, recuerdo la anécdota que me estremeció: Un fiel fue a confesarse del pecado de adulterio. Dejó a su conquista más joven, pero ya había perdido a su esposa e hijos. En fin, para no hacerles el cuento largo, el feligrés le confió su pena y su pecado al sacerdote. Se reconoció culpable ante el sacerdote, y este, en un acto sorprendente, le absolvería a condición de exponerse como adúltero ante sus amigos, ante su familia y ante cualquier persona extraña. El hombre escuchó asombrado y le preguntó el por qué si a quienes debía pedir perdón ya lo hizo y estaba arrepentido. El clérigo le dijo que eso no bastaba, que debía asemejarse a Jesús en su vergüenza, y a su falacia le respondió "mi amigo": ¿Acaso Jesús se acostó con la mujer de su vecino? ¿Le dijo a la Magdalena: exhíbete ante todos y te perdono? ¿Eso hacen los sacerdotes que violan niños? ¿Se exponen ante la sociedad, padre? Y el ministro en ese momento le ordenó callar porque "No son de tu incumbencia los pecados de los sacerdotes..."

Se fue así sin más, sin "absolución sacramental". La anécdota habla por sí misma de hasta dónde llega el cinismo de aquellos hombres que se hacen llamar "siervos de Dios", que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en los suyos. ¡Hipócritas! Por más que el papa ponga en las manos de la virgen a todos los sacerdotes, esto no va a cambiar nada. El perdón y las llamadas al amor al prójimo nada ayudarán para sanar las heridas espirituales de las muchas víctimas que con inocencia y confianza se pusieron al cuidado de aquellos criminales que se hacen llamar "siervos de Dios"

Oh, Señor, líbranos del mal...



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